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lunes, 3 de junio de 2019

Lugares Sagrados




Dios no está en ningún templo 

Unos cuatro siglos antes de Jesús la comunidad samaritana se separó definitivamente de la comunidad judía y construyó su propio templo sobre el monte Garizim. Concluyó así un cisma religioso entre ambos pueblos. A partir de entonces, las tensiones fueron en aumento y en tiempos de Jesús la enemistad era muy profunda. Estaba prohibido expresamente que judíos y samaritanos se casaran porque los judíos consideraban impuros, paganos y hasta extranjeros a los samaritanos, a pesar de que ambos pueblos tenían la misma sangre. 
El templo del Garizim fue rival del de Jerusalén y 129 años antes de Jesús fue destruido por el rey judío Juan Hircano. En represalia, cuando Jesús era un niño, los samaritanos regaron huesos de muertos en el Templo de Jerusalén para profanarlo. Es en este contexto de tensiones religiosas en el que Jesús habló libre y cordialmente con una samaritana (Juan 4,1-30), lo que causó escándalo entre los de su movimiento. 

En aquella ocasión, Jesús le dijo a la mujer samaritana que a Dios no se le adora en ningún templo, sino que se le vive en relaciones humanas de justicia y equidad, lo que hasta el día de hoy rechazan los jerarcas de las iglesias cristianas, que siguen levantando costosos templos y enseñando que son espacios sagrados donde las personas encuentran a Dios. Naturalmente, porque en esos templos se recaudan limosnas o diezmos, se reciben donativos y se controlan conciencias. 


Ni templos ni altares 

Siguiendo las enseñanzas de Jesús, los primeros cristianos no tenían templos. Esteban, uno de los primeros dirigentes de las comunidades cristianas afirmaba que Dios no habita en edificios construidos por manos de hombres. (Hechos 7,48-49). En el cristianismo primitivo no existieron templos ―se reunían en los hogares, en las casas de la gente― ni tampoco altares. Pablo insistió en que los templos de Dios eran los propios cristianos (1 Corintios 3,16- 17) y todavía en el siglo III los cristianos sirios afirmaban ―así consta en la Didascalia― que las viudas, los huérfanos, los pobres y los ancianos son “el único altar de Dios”.

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