Seguidores

miércoles, 29 de mayo de 2019

La historia de las Palabras



La historia de las palabras

Los agarró la noche platicando. «Mi focador no tiene pilas» dice, desesperanzado, Antonio hijo. «Yo lo olvidé en la mochila» dice Marcos mirando el reloj. El viejo Antonio sale y regresa con hojas de watapil. Sin decir una palabra empieza a construir una champita. Antonio hijo y Marcos ayudan. Con bejuco y palos con punta en horqueta toma forma, poco a poco, un cobertizo. Después a buscar leña. Tiene rato que la lluvia y la noche se hermanan. De entre las manos expertas del viejo Antonio surge, al fin, una llamita que se convierte en hoguera. Marcos y Antonio hijo se acomodan como pueden, recostados junto a la hoguera. En cuclillas, el viejo Antonio habla y arrulla la noche y el sueño con esta historia, con esta herencia…

«La lengua verdadera se nació junto con los dioses primeros, los que hicieron el mundo. De la primera palabra, del fuego primero, otras palabras verdaderas se fueron formando y de ellas se fueron desgranando, como el maíz en las manos del campesino, otras palabras. Tres fueron las palabras primeras, tres mil veces tres se nacieron otras tres, y de ellas otras y así se llenó el mundo de palabras. Una gran piedra fue caminada por todos los pasos de los dioses primeros, los que nacieron el mundo. Con tanta caminadera encima, la piedra bien lisita que se quedó, como un espejo. Contra ese espejo aventaron los dioses primeros las primeras tres palabras. El espejo no regresaba las mismas palabras que recibía, sino que devolvía otras tres veces tres palabras diferentes. Un rato pasaron así los dioses aventando las palabras al espejo para que salieran más, hasta que se aburrieron. Entonces tuvieron un gran pensamiento en su cabeza y se dieron en su caminadera sobre otra gran piedra y otro gran espejo se pulieron y lo pusieron frente al primer espejo y aventaron las primeras tres palabras al primer espejo y ése regresó tres veces tres palabras diferentes que se aventaron, con la pura fuerza que traían, contra el segundo espejo y éste regresó, al primer espejo, tres veces tres el número de palabras que recibió y así se fueron aventando más y más palabras diferentes que se aventaron, con la pura fuerza que traían contra el segundo espejo y éste regresó, al primer espejo, tres veces tres el número de palabras que recibió y así se fueron aventando más y más palabras diferentes los dos espejos. Así nació la lengua verdadera. De los espejos nació.

Las tres primeras de todas las palabras y de todas las lenguas son democracia, libertad, justicia.

«Justicia» no es dar castigo, es reponerle a cada cual lo que merece y cada cual merece lo que el espejo le devuelve: él mismo. El que dio muerte, miseria, explotación, altivez, soberbia, tiene como merecimiento un buen tanto de pena y tristeza para su caminar. El que dio trabajo, vida, lucha, el que fue hermano, tiene como merecimiento una lucecita que le alumbre siempre el rostro, el pecho y el andar.

«Libertad» no es que cada uno haga lo que quiere, es poder escoger cualquier camino que te guste para encontrar el espejo, para caminar la palabra verdadera. Pero cualquier camino que no te haga perder el espejo. Que no te lleve a traicionarte a tí mismo, a los tuyos, a los otros.

«Democracia» es que los pensamientos lleguen a un buen acuerdo. No que todos piensen igual, sino que todos los pensamientos o la mayoría de los pensamientos busquen y lleguen a un acuerdo común, que sea bueno para la mayoría sin eliminar a los que son los menos. Que la palabra de mando obedezca la palabra de la mayoría, que el bastón de mando tenga palabra colectiva y no una sola voluntad. Que el espejo refleje todo, caminantes y camino, y sea, así, motivo de pensamiento para dentro de uno mismo y para afuera del mundo.

De estas tres palabras vienen todas las palabras, a estas tres se encadenan las vidas y muertes de los hombres y mujeres verdaderos. Esa es la herencia que dieron los dioses primeros, los que nacieron el mundo, a los hombres y mujeres verdaderos. Más que herencia es una carga pesada, una carga que hay quienes abandonan en mitad del camino y la dejan botada nada más, como si cualquier cosa. Los que abandonan esta herencia rompen su espejo y caminan ciegos por siempre, sin saber nunca más lo que son, de dónde vienen y a dónde van. Pero hay quienes la llevan siempre la herencia de las tres palabras primeras, caminan siempre como encorvados por el peso de la espalda, como cuando el maíz, el café o la leña ponen la mirada en el suelo. Pequeños siempre por tanta carga viendo siempre para abajo por tanto peso, los hombres y mujeres verdaderos son grandes y miran para arriba. Con dignidad miran y caminan los hombres y mujeres verdaderos, dicen.

Pero, para que la lengua verdadera no se perdiera, los dioses primeros, los que hicieron el mundo, dijeron que había que cuidar las tres primeras palabras. Los espejos de la lengua podían romperse algún día y entonces las palabras que parieron se romperían igual que los espejos y quedaría el mundo sin palabras que hablar o callar. Así, antes de morirse para vivir, los dioses primeros entregaron esas tres primeras palabras a los hombres y mujeres de maíz para que las cuidaran. Desde entonces, los hombres y mujeres verdaderos custodian como herencia esas tres palabras. Para que no se olviden nunca, las caminan, las luchan, las viven…»

Cuando se despertaron, el viejo Antonio aliñaba un tepescuintle. En la fogata la leña ardía y se secaba al mismo tiempo, mojada antes por la lluvia y el sudor de la espalda del viejo Antonio. Amanecía y, al levantarse, Antonio hijo y Marcos sintieron que algo les pesaba sobre los hombros. Desde entonces buscan cómo aliviar esa carga… Todavía lo hacen…

Antonio hijo se despierta y despereza. Sacude a Marcos que, sentado al pie de un ocote, se durmió con la pipa entre los labios. Los helicópteros y el ladrido de los perros de caza espantan la mañana y el sueño. Hay que seguir caminando… Hay que seguir soñando…

Celebración de la amistad


¿Judas el Traidor?


Génesis


Éxodo


domingo, 26 de mayo de 2019

Los pájaros prohibidos




Los pájaros prohibidos 
Eduardo Galeano


1976, Cárcel de Libertad: Pájaros prohibidos.
Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso.
Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. 

La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.

Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa.

Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
-"¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?"
La niña lo hace callar:
-"Ssshhhh".Y en secreto le explica:
-"Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas".

EL HILO PRIMORDIAL


PARÁBOLAS: EL HILO PRIMORDIAL: 
Mamerto Menapace




Agosto había terminado tibio. Había llovido en la última semana y, con el llanto de las nubes, el cielo se había despejado. Cuando se acerca setiembre, suele suceder que el viento de tierra adentro sopla suavemente y a la vez que va entibiando su aliento, logra devolver al cielo todo su azul y su luminosidad.
Y aquella tarde, pasaje entre agosto y setiembre, el cielo azul se vio poblado por las finas telitas voladores que los niños llaman Babas del Diablo. ¿De dónde venían? ¿Para dónde iban? Pienso que venían del territorio de los cuentos y avanzaban hacia la tierra de los hombres.
En una de esas telitas, finas y misteriosas como todo nacimiento, venía navegando una arañita. Pequeña: puro futuro e instinto.
Volando tan alto, la arañita veía allá muy abajo los campos verdes recién sembrados y dispuestos en praderas. Todo parecía casi ilusión o ensueño para imaginar. Nada era preciso. Todo permitía adivinar más que conocer.
Poco a poco la nave del animalito fue descendiendo hacia la tierra de los hombres. Se fueron haciendo más claras las cosas y más chico el horizonte. Las casas eran ya casi casas, y los árboles frutales podían distinguirse por los floridos, de los otros que eran frondosos.
Cuando la tela flotante llegó en su descenso a rozar la altura de los árboles grandes, nuestro animalito se sobresaltó. Porque la enorme mole de los eucaliptos comenzó a pesar misteriosa y amenazadoramente a su lado como grises témpanos de un mar desconocido.
Y de repente: ¡Tras!
Un sacudón conmovió el vuelo y lo detuvo. ¿Qué había pasado? Simplemente que la nave había encallado en la rama de un árbol y el oleaje del viento la hacía flamear fija en el mismo sitio.
Pasado el primer susto, la arañita, no sé si por instinto o por una orden misteriosa y ancestral, comenzó a correr por la tela hasta pararse finalmente en el tronco en el que había encallado su nave. Y desde allí se largó en vertical buscando la tierra. Su aterrizaje no fue una caída, sino un descenso. Porque un hilo fino, pero muy resistente, la acompañó en el trayecto y la mantuvo unida a su punto de partida. Y por ese hilo volvió luego a subir hasta su punto de desembarco.
Ya era de noche. Y como era pequeña y la tierra le daba miedo, se quedó a dormir en la altura. Recién por la mañana volvió a repetir su descenso, que esta vez fue para ponerse a construir una pequeña tela que le sirviera en su deseo de atrapar bichitos. Porque la arañita sintió hambre. Hambre y sed.
Su primera emoción fue grande al sentir que un insecto más pequeño que ella había quedado prendido en su tela-trampa. Lo envolvió y lo succionó. Luego, como ya era tarde, volvió a trepar por el hilito primordial, a fin de pasar la noche reencontrándose consigo misma allá en su punto de desembarco.
Y esto se repitió cada mañana y cada noche. Aunque cada día la tela era más grande, más sólida y más capaz de atrapar bichos mayores. Y siempre que añadía un nuevo círculo a su tela, se veía obligada a usar aquel fino hilo primordial a fin de mantenerla tensa, agarrando de él los hilos cuyas otras puntas eran fijados en ramas, troncos o yuyos que tironeaban para abajo. El hilo ese era el único que tironeaba para arriba. Y por ello lograba mantener tensa la estructura de la tela.
Por supuesto, la arañita no filosofaba demasiado sobre estructuras, tironeos o tensiones. Simplemente obraba con inteligencia y obedecía a la lógica de la vida de su estirpe tejedora. Y cada noche trepaba por el hilo inicial a fin de reencontrarse con su punto de partida.
Pero un día atrapó un bicho de marca mayor. Fue un banquetazo. Luego de succionarlo (que es algo así como: vaciar para apropiarse) se sintió contenta y agotada. Esa noche se dijo que no subiría por el hilo. O no se lo dijo. Simplemente no subió. Y a la mañana siguiente vio con sorpresa que por no haber subido, tampoco se veía obligada a descender. Y esto le hizo decidir no tomarse el trabajo del crepúsculo y del amanecer, a fin de dedicar sus fuerzas a la caza y succión de presas que cada día preveía mayores.
Y así, poco a poco fue olvidándose de su origen, y dejando de recorrer aquel hilito fino y primordial que la unía a su infancia viajera y soñadora. Sólo se preocupaba por los hilos útiles que había que reparar o tejer cada día debido a que la caza mayor tenía exigencias agotadoras.
Así amaneció el día fatal. Era una mañana de verano pleno. Se despertó con el sol naciente. La luz rasante trizaba las perlas del rocío cristalizado en gotas en su tela. Y en el centro de su tela radiante, la araña adulta se sintió el centro del mundo. Y comenzó a filosofar. Satisfecha de sí misma, quiso darse a sí misma la razón de todo lo que existía a su alrededor. Ella no sabía que de tanto mirar lo cercano, se había vuelto miope. De tanto preocuparse sólo por lo inmediato y urgente, terminó por olvidar que más allá de ella y del radio de su tela, aún quedaba mucho mundo con existencia y realidad. Podría al menos haberlo intuido del hecho de que todas sus presas venían del más allá. Pero también había perdido la capacidad de intuición. Diría que a ella no le interesaba el mundo del más allá; sólo le interesaba lo que del más allá llegaba hasta ella. En el fondo sólo se interesaba por ella y nada más, salvo quizá por su tela cazadora.
Y mirando su tela, comenzó a encontrarle la finalidad a cada hilo. Sabía de dónde partían y hacia dónde se dirigían. Dónde se enganchaban y para qué servían.
Hasta que se topó con ese bendito hilo primordial. Intrigada trató de recordar cuándo lo había tejido. Y ya no logró recordarlo. Porque a esa altura de la vida los recuerdos, para poder durarle, tenían que estar ligados a alguna presa conquistada. Su memoria era eminentemente utilitarista. Y ese hilo no había no había apresado nada en todos aquellos meses. Se preguntó entonces a dónde conduciría. Y tampoco logró darse una respuesta apropiada. Esto le dio rabia. ¡Caramba! Ella era una araña práctica, científica y técnica. Que no le vinieran ya con poemas infantiles de vuelos en atardeceres tibios de primavera. O ese hilo servía para algo, o había que eliminarlo. ¡Faltaba más, que hubiera que ocuparse de cosas inútiles a una altura de la vida en que eran tan exigentes las tareas de crecimiento y subsistencia!
Y le dio tanta rabia el no verle sentido al hilo primordial, que tomándolo entre las pinzas de sus mandíbulas, lo seccionó de un solo golpe.
¡Nunca lo hubiera hecho! Al perder su punto de tensión hacia arriba, la tela se cerró como una trampa fatal sobre la araña. Cada cosa recuperó su fuerza disgregadora, y el golpe que azotó a la araña contra el duro suelo, fue terrible. Tan tremendo que la pobre perdió el conocimiento y quedó desmayada sobre la tierra, que esta vez la recibió mortíferamente.
Cuando empezó a recuperar su conciencia, el sol ya se acercaba a su cenit. La tela pringosa, al resecarse sobre su cuerpo magullado, lo iba estrangulando sin compasión y las osamentas de sus presas le trituraban el pecho en un abrazo angustioso y asesino.
Pronto entró en las tinieblas, sin comprender siquiera que se había suicidado al cortar aquel hilo primordial por el que había tenido su primer contacto con la tierra madre, que ahora sería su tumba.

Ofensas o deudas



Jubileo: anular la deuda externa 

El Año de Gracia se llamaba también Año del Jubileo, porque se anunciaba con el toque de un cuerno llamado en hebreo “yobel”. Como la deuda externa de los países del Sur sigue siendo un lastre para sus economías, quedan aún los ecos de la Campaña Jubileo 2000, lanzada en 1996 por agencias cristianas de desarrollo y extendida después a más de 60 países del mundo. 
Esta campaña demandaba la anulación de la deuda externa de los países más pobres del planeta. Llegó a recoger 24 millones de firmas de gente de todo el mundo. Entre los muchos argumentos que las agencias promotoras de esta iniciativa daban para denunciar como injusta la deuda externa estaban éstos: los préstamos internacionales son negociados en secreto por élites locales y por los poderosos acreedores del FMI y del Banco Mundial; los más afectados por la deuda externa son los pobres, porque las partidas presupuestarias para salud, educación y agua potable son desviadas para el pago de la deuda; no existen leyes de bancarrota para países y no existe un marco que establezca que una deuda es impagable; y las negociaciones para la condonación de la deuda son siempre dirigidas por los acreedores. 
A pesar de iniciativas posteriores como la llamada HIPC, para perdonar casi totalmente la deuda de los países muy pobres y más altamente endeudados del planeta, el problema de la deuda externa como elemento desestabilizador de una gran mayoría de países sigue siendo de actualidad.
 Liana Cisneros es una investigadora peruana, miembra de Jubileo Plus, un centro especializado en análisis sobre la deuda externa con sede en Londres, que dio continuidad a Jubileo 2000. Participa en el programa para reforzar las opiniones de Jesús sobre el perdón de las deudas.

miércoles, 22 de mayo de 2019

¿De qué nos salvo Jesús?





Salvador de qué, de quiénes

La teóloga feminista Ivone Gebara reflexiona audazmente sobre la “salvación” de Jesús cuando afirma: Para la comunidad cristiana Jesús es el símbolo de sus sueños, el símbolo de lo que se aspira más intensamente para la humanidad, para la Tierra, y estas aspiraciones son modificadas por la comunidad de los seguidores de Jesús en los diferentes contextos y momentos de la historia humana. A partir de esto, se podría decir que Jesús no es el salvador de toda la Humanidad en el sentido tradicional y triunfalista que ha caracterizado a las iglesias cristianas. Él no es el poderoso Hijo de Dios que muere en la cruz y se transforma en el Rey que domina moralmente a las diferentes culturas. Él es apenas el símbolo de la frágil fraternidad y de la justicia que estamos buscando… 
Él no viene a nosotros a través de una “voluntad superior” que lo envió. Viene de aquí, de esta tierra, de este cuerpo, de la evolución de antes y de hoy… Como persona individual, Jesús no es superior a ningún otro ser humano. Es de la misma tierra, de la misma realidad corpórea que nos constituye a todos. Pero, dadas sus cualidades morales, dada su sensibilidad y apertura, llegó a representar de cierta forma la perfección de nuestros sueños, la realización ideal de nuestros deseos. La diferencia no es metafísica ni ontológica, es ética y estética, porque se sitúa en la calidad humana de su ser, en la belleza de las actitudes que él fue capaz de dejar surgir de sí mismo y de los otros. Jesús no nos salva por ser el fundamento de un poder jerárquico, sino por serlo de un modelo de poder fraterno, sororal, que nos inspira a todos los que nos reconocemos pertenecientes a su tradición.

Los Nadies





«Los nadie» (Eduardo Galeano)

Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, 
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, 
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, 
rejodidos:

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

lunes, 20 de mayo de 2019

Un Mar De Fueguitos

«Un Mar de Fueguitos»

Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso – reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.



Las tribus de Israel






sábado, 18 de mayo de 2019

DIVISIONES Y PARTES DE LA BIBLIA


Las dos grandes divisiones o partes de la Biblia son Antiguo y Nuevo Testamento; esta división procede de los más antiguos tiempos cristianos.

En total, la Biblia se compone de 73 libros, de los cuales 46 constituyen el Antiguo Testamento y 27 el Nuevo Testamento.

El Antiguo Testamento fue dividido por los hebreos en tres partes:

1) Thóráh (=Ley) o Pentateuco porque comprendía los 5 primeros libros

2) Nebi’im (=Profetas), divididos en Nebi’im hare’sonim (=profetas anteriores), que son desde Josué al 4° (=2º) de Reyes, y Nebi’im ha’ajarónim (=profetas posteriores), que comprenden desde Isaías hasta Malaquías.

3) Kethúbim (=Hagiógrafos), o Escritos, que son el resto de los escritos sagrados (Ps, Prv, Iob, Cant, Ruth, Lam, Eccl, Est, Dan, Esd, Neh, 1 y 2 Chro o Par).

Hoy día en la Iglesia la división más corriente es la llamada lógica, porque hace relación especialmente con el contenido de los libros; consta de tres grandes divisiones, que se aplican paralelamente a uno y otro Testamento: históricos, sapienciales (o didácticos) y proféticos.


ANTIGUO TESTAMENTO (46 LIBROS):

(Históricos): Pentateuco (5: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y Libros Históricos (16: Josué, Jueces, Rut, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes, 1-2 Crónicas, Esdras, Hehemias, Tobias, Judit, Ester, 1-2 Macabeos)

(Didácticos): Libros Poéticos y Sapienciales (7: Job, Salmos, Proverbios, Qohelet, Cantar, Sabiduría y Eclesiastico).

(Proféticos): Libros Proféticos (18: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc, Ezequiel y Daniel; Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías)

NUEVO TESTAMENTO (27 LIBROS)
(Históricos): Evangelios (4: Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y Hechos de los Apóstoles

(Didácticos): Cartas de san Pablo (13: Romanos, 1-2 Corintios, Galatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1-2 Tesalonicenses, 1-2 Timoteo, Tito, Filemón) y Carta a los Hebreos; Cartas Apostólicas (7: Santiago, 1-2 Pedro, 1-3 Juan y Judas)

(Proféticos): Apocalipsis




miércoles, 15 de mayo de 2019

¿Pecados o delitos?





Una alquimia perversa 

Lo que Jesús observa en una calle de Jerusalén es muy frecuente observarlo hoy en cultos evangélicos, en sesiones de nuevos grupos cristianos, en las reuniones de los miembros de la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo. Personas que “confiesan” a gritos o con discursos retóricos sus “pecados” y proclaman haber sido perdonados al “aceptar” a Cristo. Pero a menudo los “pecados” de los que hablan ―extorsiones, robos, falsificaciones, maltratos a sus esposas, abusos sexuales― son todos delitos penados por las leyes. Pretenden que la “conversión” ante Dios los eximirá de pasar por los tribunales de justicia y pagar por sus delitos. Transformar delitos en pecados es una alquimia perversa. 
Distorsiona el mensaje de Jesús y favorece la cultura de impunidad en los países en donde existe excesiva tolerancia a la corrupción y tan fácilmente se “perdonan” los delitos que cometen los personajes con fama y con poder, interpretándolos como ligerezas, flaquezas, debilidades, pecados que Dios perdona siempre, “porque de humanos es errar”. 


Zaqueo, un delincuente arrepentido 

Jesús recuerda a Zaqueo, un hombre a quien conoció en Jericó (Lucas 19,1- 10). Zaqueo cobraba impuestos en aquella ciudad, por donde pasaban muchas caravanas comerciales. Con Nicodemo y José de Arimatea es uno de los pocos ricos que conocemos que cambiaron de vida al conocer a Jesús y escuchar su mensaje.

 Los impuestos que cobraban los “publicanos” (cobradores de impuestos) como Zaqueo iban a parar a las arcas romanas. Los puestos de publicanos eran subastados por las autoridades romanas, arrendándolos al mejor postor. Los publicanos tenían que pagar después a Roma por el alquiler y por otros gastos. Poca ganancia les quedaba si eran honrados en el cobro. Por eso, aumentaban las tasas arbitrariamente, quedándose con la diferencia. Sus continuos fraudes y su complicidad con el poder romano los convertían en personas despreciadas y odiadas por el pueblo. Al arrepentirse de sus delitos, Zaqueo entendió que no bastaba con decir que tenía fe si no devolvía lo robado. Y fue severo consigo mismo: se aplicó la ley romana, que ordenaba restituir el cuádruple de lo robado, y no la ley judía, mucho menos exigente. 



Cronología de la Vida de Jesús





Cronología. 


Año 6-4 a. C. Año 5 a. C.: Nacimiento: Los maestros de la ley Judas y Matías más cuarenta y dos jóvenes discípulos son quemados vivos por Herodes, acusados de haber destruido el águila imperial colocada en el templo. 

A finales de marzo del 4 a. C. muere Herodes el Grande en su palacio de Jericó. Su hijo Arquelao traslada su cuerpo a la fortaleza del Herodion el 11 de abril (Pascua). 

Año 4 a. C.: Jesús da sus primeros pasos: Al poco tiempo estalla la rabia contenida del pueblo. En Galilea, Judas toma Séforis y se apodera de un arsenal de armas. El esclavo Simón y sus hombres saquean el palacio de Jericó y lo incendian. En las cercanías de Emaús, el pastor Atronges y sus seguidores se enfrentan a tropas herodianas que transportan grano. 

ca. año 3 a. C.: Jesús tiene de 3 a 5 años: Los soldados de Varo, gobernador de Siria, destruyen Séforis (a solo 6 kilómetros de Nazaret) y arrasan las aldeas del entorno, degollando a sus habitantes o llevándoselos como esclavos. 

Varo crucifica a unos dos mil judíos en las afueras de Jerusalén. 

Augusto nombra a Arquelao etnarca de Judea y Samaría. Antipas es nombrado tetrarca de Galilea, Perea e Iturea. 


Fecha, Jesús y acontecimientos. 

Año 6: Adolescente de 10 a 12 años: Arquelao es depuesto por el emperador Augusto, que lo envía desterrado a Vienne (las Galias). 

Quirino es nombrado gobernador de Siria. 

Judas y Sadoc se levantan contra el pago de tributos a Roma. 

Años 6-9: Joven de 10-12 a 13-15 años: Coponio gobierna como prefecto de Judea desde el 6 al 9. 

Anas es nombrado sumo sacerdote por el prefecto romano Coponio, recién llegado. 

Durante el gobierno de Coponio, y siendo Anas sumo sacerdote, un grupo de samaritanos contaminan el templo esparciendo huesos de muerto en su interior la víspera de Pascua. Como represalia se prohibe en adelante la entrada de los samaritanos en el recinto sagrado. 

Año 10: Jesús tiene entre 14 y 16 años: Termina la reconstrucción del templo de Jerusalén, iniciada por Herodes el Grande treinta años antes. 

Año 14: Jesús tiene entre 18 y 20 años: El 9 de agosto muere en Roma el emperador Augusto a la edad de setenta y siete años. Le sucede Tiberio, que ha cumplido cincuenta y seis. 

Año 15: Jesús tiene entre 19 y 21 años: El prefecto Valerio Grato destituye a Anas de su cargo de sumo sacerdote, aunque su familia seguirá ejerciendo un gran poder en Jerusalén. 

Año 18: Jesús tiene entre 22 y 24 años: El mismo prefecto Valerio Grato nombra sumo sacerdote a José Caifás, casado con una hija de Anas. Será quien, al cabo de doce años, entregará a Jesús a las autoridades romanas. 

ca. año 19: Jesús tiene entre 23 y 25 años: Antipas termina la construcción de Tiberíades, a orillas del lago de Galilea, y establece en ella su residencia. Al parecer Jesús no entró nunca en la nueva ciudad. 

Año 26: Jesús tiene entre 30 y 32 años: Desembarca en Cesárea del Mar el nuevo prefecto Poncio Pilato. Al cabo de cuatro años ordenará la ejecución de Jesús. 

Años 26-27: Jesús tiene entre 30-32 y 31-33 años: Pilato comienza su mandato provocando una fuerte reacción en su contra al introducir en Jerusalén los estandartes militares con la efigie del emperador y las águilas imperiales. 

Años 27-28: Jesús tiene entre 31-33 y 32-34 años: Actividad de Juan el Bautista en el Jordán. Jesús escucha su llamada y es bautizado por Juan. 

Año 28: Jesús tiene entre 32 y 34 años: El Bautista es encerrado por Antipas en la fortaleza de Marqueronte, donde será decapitado. 


Actividad profética de Jesús por Galilea. 

Año 30: Jesús tiene entre 34 y 36 años: El 7 de abril, víspera del gran día de la Pascua, Jesús es crucificado en las afueras de Jerusalén, junto a una vieja cantera. 


Informacion sacada del libro: Jesús, Aproximación Historica. Jose Pagola...

lunes, 13 de mayo de 2019

Violencia contra las mujeres





La lapidación: una tortura 

La lapidación o apedreamiento es un método de ejecución muy antiguo. Es una tortura porque la muerte llega de forma lenta y esto incrementa el sufrimiento. Al ejecutado de esta forma se le amarra o se le entierra medio cuerpo en la tierra para que no pueda huir.

 En la medida en que la humanidad ha tomado conciencia de los derechos humanos, esta cruel tortura fue siendo desterrada de las legislaciones. En la Sharía o Derecho islámico existen delitos sexuales, especialmente el adulterio cometido por mujeres, que se castigan con la lapidación, tal como ocurría en tiempos de Jesús. Pero esta barbaridad ya no se practica en todos los países islámicos. En el Código Penal de Irán se establece la lapidación como pena para el adulterio y se especifica que no deben utilizarse piedras tan grandes como para matar a la persona de uno o dos golpes ni tan pequeñas como para no considerarlas piedras. Según Amnistía Internacional, después de varios casos detectados en Nigeria en 2006, se conocieron otros casos aislados en Afganistán, Irán e Irak.

 Para evitar prejuicios simplificadores y tener una visión más compleja de la situación de la mujer en el Islam resulta de mucho interés leer las obras de la escritora marroquí Fatema Mernisi. Especialmente provocador para la cultura occidental resulta su texto “El harén en Occidente” (Espasa Calpe, 2006). 

El adulterio y la ley del embudo


En Israel, el adulterio era considerado un delito público. Las leyes más antiguas lo castigaban con la muerte. Con los años, la tradición y las costumbres, controladas por hombres, le dieron a esta ley, como a tantas otras, una interpretación machista. Y así, el adulterio del hombre casado sólo era delito si las relaciones eran con una mujer casada, pero si era soltera, prostituta o esclava, la relación no era delictiva ni se consideraba adulterio. 

La ley era la del embudo: en el caso de la mujer bastaba que tuviera relaciones con cualquier hombre. Tradicionalmente, la mujer sospechosa de adulterio era sometida a una prueba pública: la hacían tomar aguas amargas. Si le hinchaban el vientre se determinaba que había sido adúltera. Si no sentía malestar, todo quedaba en falsa sospecha (Números 5,11-31). Esta prueba la realizaba diariamente un sacerdote en la Puerta de Nicanor en el Templo de Jerusalén. El hombre no era sometido a este humillante rito. 


La lapidación: un castigo comunitario 

En tiempos de Jesús, comprobado el adulterio, la mujer debía ser apedreada por la comunidad. Como el adulterio era un pecado público, se debía borrar pública y colectivamente. Los vecinos del lugar en que la pecadora había sido descubierta eran quienes apedreaban a la mujer. Generalmente, se la apedreaba en las afueras de la ciudad o aldea. Los testigos de los hechos debían arrojar las primeras piedras. Otros delitos castigados con el apedreamiento eran la blasfemia, la adivinación, la violación del descanso del sábado y varias formas de idolatría.


 Aguantar, soportar, sufrir: una virtud de las mujeres 

El judaísmo de tiempos de Jesús discriminaba a las mujeres. Y actualmente, el cristianismo continúa discriminadoras, aun cuando las crueles leyes de la Biblia ya no se practiquen. Para entender el nivel de discriminación de la iglesia católica es significativo, por ejemplo, que en el documento que el Cardenal Ratzinger ―posteriormente Papa Benedicto 16―, escribió en mayo de 2004 como Prefecto de la Doctrina de la Fe con el pretencioso título “Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y en el mundo” no exista una sola línea de reflexión y de condena de la violencia contra las mujeres, un tema que, por fin, es hoy objeto de preocupación, debate, investigación y acción en todo el mundo. 

Más bien, en esa Carta, entre otras cosas, Ratzinger dice de la mujer: Es ella la que, aun en las historias mas desesperadas posee una capacidad única de resistir las adversidades, de hacer la vida todavía posible incluso en situaciones extremas, de conservar un tenaz sentido del futuro y, por último, de recordar con las lágrimas el precio de dar vida humana. 

Esta cita refuerza una cualidad asignada socialmente a las mujeres: soportar el sufrimiento a costa de su propia vida, aguantar sin desesperarse. De ideas así se deriva que las mujeres soporten en silencio la violencia contra ellas. En vez de denunciar deben sobrellevar, en vez de liberarse deben tener paciencia. Ideas religiosas providencialistas (todo lo que sucede es voluntad de Dios) y creencias religiosas que enseñan el sacrificio y la abnegación como meritorios ante Dios (Jesús nos salvó sufriendo), provocan que las mujeres interioricen como valor el sufrir sumisamente y con paciencia la violencia que padecen, porque es “la cruz que les tocó cargar” y porque así “ganan el cielo”.

sábado, 11 de mayo de 2019

El Reino de la tierra




La Teología de la Liberación 

Surgida en América Latina en los años 60 y 70 del siglo XX, la Teología de la Liberación encontró en las bienaventuranzas un texto clave para promover y desarrollar una práctica y una interpretación revolucionaria del mensaje de Jesús. Siendo América Latina la única región del mundo mayoritariamente cristiana y con la mayor iniquidad entre pobres y ricos de todo el planeta, era coherente que fuera en este continente en donde los ojos de teólogos y de comunidades, de organizaciones, de religiosos, religiosas y hasta de obispos, rescataran el mensaje original de Jesús a favor de los pobres. 

Son muchas las perspectivas de las que parte la Teología de la Liberación latinoamericana, que buscaba liberar la teología cristiana del cautiverio eurocéntrico. Y que supuso una ruptura de la hegemonía doctrinal, espiritual y moral de la iglesia católica romana en el continente. 

La Teología de la Liberación entiende la teología no como un ejercicio teórico sino como una reflexión crítica sobre la praxis. La entiende no como una afirmación o recitación de verdades, sino como una postura ante la vida. Pone lo humano en el centro y ve en la realidad humana, especialmente en las injusticias entre los seres humanos, no sólo un objeto de análisis sino un motivo para el compromiso. Da más importancia a la ortopraxis que a la ortodoxia. Entiende la historia como un proceso permanente de la Humanidad hacia su liberación colectiva e individual y propone vivir en la historia denunciando proféticamente las injusticias y anunciando el camino hacia la liberación. Promueve una evangelización concientizadora, que permita pasar de una conciencia mágica y providencialista a una conciencia crítica y comprometida con la causa de la justicia y de la paz. 

La Teología de la Liberación rescata al Jesús histórico y asume en profundidad la dimensión política de su mensaje. Revaloriza a los grandes profetas del Antiguo Testamento. Hace más énfasis en el pecado estructural que en los pecados individuales. Insiste en que la relación con el prójimo, especialmente con el prójimo pobre, es el centro de la fe cristiana y enseña que la conversión al prójimo es el sentido último de la espiritualidad.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Personalidad de Jesús




Una religión de alegría 

A menudo se relaciona la religiosidad con la solemnidad y con la seriedad. La risa no tiene entrada en la casa del Dios de muchos cristianos. En la catequesis de hace años se decía que sabíamos que Jesús había llorado porque así consta en los evangelios: lloró al entrar en Jerusalén, al final de su vida, y ante la tumba de su amigo Lázaro en Betania. Y se decía que no había reído, porque en ningún relato de los evangelios aparecía así, riendo. Es una conclusión insostenible. Toda persona humana ríe. La risa, el humor, es señal de sabiduría. Y Jesús fue un ser humano sabio. Hay grupos evangélicos que consideran pecado los bailes, las fiestas, la bebida… Y Jesús fue a bodas, tomó vino, comió de todo, no participó de los puritanismos y ritualismos de los religiosos de su tiempo. Y comparó siempre el final de la historia con un gran banquete. Con la alegría de una gran fiesta.

Grupos sociales en la época de Jesús 2







Grupos sociales en la época de Jesús 1












martes, 7 de mayo de 2019

Los Sacramentos de la vida

EL SACRAMENTO DEL PAN


De vez en cuando se cuece pan en casa. Un hecho semejante no deja de ser extraño. ¡En una gran ciudad, con tantas panaderías, en un apartamento, alguien se concede el lujo (o el trabajo) de hacer el pan! No es una necesidad, ni es un pan para matar el hambre. Hacer el pan obedece a un rito antiguo, surge de una necesidad más fundamental que la de matar el hambre. Se repite un gesto arquetípico. El hombre primitivo repetía algunos gestos, gestos primordiales con los que se sentía unido al origen de las cosas y al sentido latente del cosmos.

Lo mismo ocurre aquí: se repite un gesto pleno de sentido humano que va más allá de las necesidades inmediatas.

Ahora el pan se cuece en la estrechez del horno de una cocina de gas. Ya no es como antes, en un enorme horno de ladrillos. El pan se amasa con la mano; largo tiempo. Las cosas no se amasan sin dolor. Una vez cocido, se reparte entre los muchos hermanos que ahora ya están fuera y tienen sus familias y sus hijos. Todos hallan el pan, sabroso. «¡Es el pan de mamá!». Hay en él algo de especial que no se encuentra en el pan anónimo, sin historia, comprado en la panadería del portugués de al lado o en el supermercado del centro.

¿Qué es ese algo que hay en el pan? ¿Por qué se reparte el pan entre los miembros de la familia? Es porque ese pan es un pan sacramental. Está hecho de harina de trigo, con todos los ingredientes de cualquier pan. Y sin embargo es diferente. Diferente, porque sólo él evoca otra realidad humana que se hace presente en ese pan hecho por la madre de cabellos blancos, ya viuda, pero ligada a los gestos originarios de la vida y, por consiguiente, al sentido profundo que lleva consigo cada cosa familiar.

Ese pan evoca el recuerdo de un pasado en el que se cocía semanalmente con mucho sacrificio. Eran once bocas como de pajarillos, esperando el alimento materno. Temprano se levantaba aquella que se convirtió en símbolo de la «mulier fortis» y de la «magna mater».

Hacía un montón con mucha harina de trigo, blanquísima. Cogía la levadura. Añadía muchos huevos. De vez en cuando ponía también batatas dulces. Y después, con brazo fuerte y mano vigorosa, amasaba el pan, hasta que se formaba homogéneamente la masa. Esta se cubría con un poco de harina de maíz, más gruesa, y por fin con una toalla blanca.

Al levantarnos ya estaba allí, sobre la mesa, la enorme masa. Nosotros, los pequeños, espiábamos por debajo de la toalla para ver la masa fofa y blanda. A escondidas, con el índice, cogíamos un poco de masa y la cocinábamos sobre la chapa caliente del fogón de leña. Y después venía el fuego del horno. Se necesitaba mucha leña. Las peleas eran frecuentes… ¿A quién le toca hoy ir a por leña? Pero cuando salía el pan rosado como la salud, todos se alegraban. Los ojos de la madre brillaban por entre el sudor del rostro enjugado con el delantal blanco.

Como en un ritual, todos cogían un pedazo. El pan nunca se cortaba. Hasta hoy. El pan se despedazaba. Quizás para recordar a aquel que fue reconocido al partir el pan (cfr. Lc 24,30.35). Aquel pan, amasado en el dolor, crecido en la expectativa, cocido con sudor y comido con alegría, es un símbolo fundamental de la vida. Siempre que papá iba de viaje, mamá lo esperaba con una gran hornada de pan. Y él, como nosotros los niños, se alegraba con el pan fresco, comido con queso o salchichón italianos y una buena copa de vino. Nadie como él gozaba tanto del sabor de la existencia simple en la frugalidad generosa de estos alimentos primordiales de la humanidad.

Ahora, cuando se hace el pan en el apartamento, cuando se distribuye entre los hermanos, es para recordar el gesto de otros tiempos. Nadie de entre los hermanos se percata de eso. Quien lo sabe es el inconsciente y las estructuras profundas de la vida. El pan trae a la memoria consciente lo que está encubierto en las profundidades del inconsciente familiar.

Este puede siempre ser avivado y ser re-vivido. Los hermanos dirán que este pan es el mejor del mundo. No porque sea fruto de alguna fórmula concreta con la que los negociantes harían fortuna, sino porque es un pan arquetípico y sacramental. En cuanto sacramento participa de la vida de los hermanos; es bueno para el corazón. Alimenta el espíritu de la vida. Está saturado del sentido que trans-luce y trans-parenta en su materialidad de pan.



El pensamiento sacramental: una experiencia total

Ya hemos reflexionado sobre el pensamiento sacramental. Este se caracteriza por el modo como el hombre aborda las cosas, no indiferentemente, sino creando lazos con ellas y dejándolas entrar en su vida. Entonces ellas comienzan a hablar y a ser expresivas del hombre. Desde el momento en que nos adueñamos de una cosa, ella comienza a pertenecer a nuestro mundo, se vuelve única. Ya lo decía el principito a las cinco mil rosas del jardín, totalmente iguales a la única de su planeta B 612 que él había hecho suya: «Vosotras no sois en absoluto iguales a mi rosa, vosotras no sois nada todavía. Todavía nadie os ha hecho suyas ni habéis hecho vuestro a nadie. Sois lo mismo que era mi zorro. Era igual a cien mil otros. Pero yo me hice amigo de él y ahora es único en el mundo». Esa rosa, lo mismo que el zorro, se transformaron en sacramentos. Hacen visible la convivencia, el trabajo de crear lazos, la espera, el tiempo perdido. El trigo es inútil para el zorro. Los campos de trigo no le recuerdan nada. Pero el principito tiene los cabellos color de oro… Y entonces, el trigo color de oro comienza a hablar. Se transforma en sacramento. Le hace recordar al principito. Y el zorro comenzará a amar el remolino del viento en el trigal color de oro.

Lo mismo ocurre con el pan. Ese pan no es igual a ningún pan en el mundo. Porque sólo él, con su aroma, con su gusto inconfundible y con el trabajo realizado por la madre, recordará la vida de ayer. Pero, ¿cómo la recordará?



In-manencia, trans-tendencia, trans-parencia

El pan recuerda algo que no es pan. Algo que trans-tiende el pan. El pan, por su parte, es algo inmanente: permanece ahí. Tiene su peso, su composición de elementos empleados (harina; huevos, agua, sal y levadura), su opacidad. Ese pan (realidad- inmanente) hace presente algo que no es pan (realidad trans-tendente). ¿Cómo lo hace? Por el pan y a través del pan. El pan se vuelve entonces trans-parente para la realidad trans-tendente. Deja de ser puramente in-manente. Ya no es como los demás panes. Es diferente. Es diferente porque recuerda y hace presente por sí mismo (in-manencia) y a través de sí mismo (trans-parencia) algo que va más allá de sí mismo (trans-tendencia).

El pan se vuelve trans-lúcido, trans-parente y diá-fano de la realidad del alimento, del hambre, del esfuerzo de la madre, del sudor, de la alegría de repartir el pan, de la vuelta del padre. Todo el mundo de la infancia se hace, de repente, presente en la realidad del pan y a través de la realidad del pan.

El sacramento introduce dentro de sí una experiencia total. El mundo no está sólo dividido en inmanencia y transcendencia. Existe otra categoría intermedia, la trans-parencia, que acoge en sí tanto a la inmanencia como a la transcendencia. Estas dos no son realidades opuestas, una frente a otra, excluyéndose, sino que son realidades que comulgan y se encuentran entre sí. Se tras-pasan, se con-jugan, se com-binan, se a-socian, se re-ligan, se con-catenan, se co-munican y con-viven una en la otra. La transparencia quiere decir exactamente eso: lo transcendente se hace presente en lo inmanente, logrando que esto se vuelva transparente a la realidad de aquello. Lo trascendente, irrumpiendo dentro de lo inmanente, transfigura lo inmanente, lo vuelve transparente.

Entender esto es entender el pensamiento sacramental y la estructura del sacramento. No entender esto significa no entender nada del mundo de los símbolos y de los sacramentos. El sacramento (trans-parencia) participa, por tanto, de dos mundos: del trascendente y del inmanente. Eso no ocurre sin tensiones y tentaciones. El sacramento puede inmanentizarse excluyendo la transcendencia y entonces se vuelve opaco, sin el -fulgor de la transcendencia que transfigura el peso de la materia. El sacramento se puede transcendental izar, excluyendo la inmanencia y entonces se vuelve abstracto; pierde la concreción que la inmanencia confiere a la transcendencia. En ambos casos se perdió la trans-parencia de las cosas. Se pervirtió el sacramento.

De vez en cuando, allá en casa, se come el pan partido, hecho por la madre. Es bueno como la vuelta de un padre. Es mucho más que alimento. Es fruto del dolor, de la alegría, del cariño a los hijos, de la sorpresa de un regreso, de las peleas a causa de la leña, del hambre saciada. Es bueno para el corazón. Alimenta el espíritu y no el cuerpo. Porque es un sacramento.

Fragmento del libro Los Sacramento de la vida, del Leonardo Boff