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viernes, 3 de mayo de 2019

Pascua: Las Muchas Travesias, de Leonardo Boff









La Pascua es la fiesta central de judíos y cristianos. Para los judíos, celebra -y celebrar es actualizar- el paso de la esclavitud en Egipto a la tierra prometida, el paso a través del Mar Rojo, y el paso de masa anónima a pueblo organizado. La figura de referencia es Moisés, libertador y legislador, que nació cerca de 1250 años antes de nuestra era. Él condujo la masa hacia la libertad y la hizo pueblo de Dios. 

Para los cristianos, la pascua es también paso. Tiene como figura central a Jesús de Nazaret. Celebra el paso de su muerte a la vida, de su pasión a la resurrección, del viejo Adán al nuevo Adán, de este mundo cansado al mundo nuevo en Dios. 

Como en todos los pasos hay ritos, los famosos ritos de paso tan minuciosamente estudiados por los antropólogos. En todo paso existe un antes y un después. Hay una ruptura. Los que realizan el paso se transforman. El rito de paso del nacimiento, por ejemplo, celebra la ruptura de la pertenencia al mundo natural, para pasar a pertenecer al mundo cultural, representado por la imposición del nombre. El bautismo celebra el paso del mundo cultural al mundo sobrenatural, es decir, de hijo e hija de los padres a hijo e hija de Dios. El matrimonio es otro importante rito de paso: de soltero o soltera con las disponibilidades que caben a esta fase de la vida, a casado y casada, con las responsabilidades que este estado comporta. La muerte es otro gran rito de paso: se pasa del tiempo a la eternidad, de la estrechez espacio temporal a la total apertura de lo infinito, de este mundo a Dios. 



Si nos fijamos bien, toda la vida humana posee una estructura pascual. Toda ella está hecha de crisis que significan pasos y procesos de acrisolamiento y madurez. Tomando como referencia el tiempo, se verifica un paso de la infancia a la juventud, de la juventud a la edad adulta, de la edad adulta a la vejez (hoy se preferimos decir tercera edad), de la vejez a la muerte, de la muerte a la resurrección y de la resurrección a la zambullida inefable en el reino de la Trinidad, según la creencia de los cristianos. 

Son verdaderas travesías con los riesgos y peligros que este fenómeno existencial implica. Hay travesías que nos llevan al abismo; otras nos llevan a la culminación. La pascua trae además una novedad, tan bien intuida por el filósofo Hegel, un viernes santo en el Konvikt de Tübingen (un seminario protestante) donde estudiaba. La pascua nos revela la dialéctica objetiva de lo real: la tesis, la antítesis y la síntesis. Vivir es la tesis. La muerte es la antítesis. La resurrección es la síntesis. La síntesis es un proceso de recogimiento y de rescate de todas las negatividades dentro de una nueva positividad superior. Así que lo negativo nunca es absolutamente negativo, ni lo positivo es solamente positivo. Ambos se contienen el uno al otro, encierran contradicciones y forman el juego dinámico de la vida y de la historia. Y todo termina en una síntesis superior. 

Tal vez esta sea la gran contribución que la pascua judeocristiana ofrece a quienes se entristecen y se interrogan sobre el sentido de la vida y de la historia. La esclavitud no tiene la última palabra, sino la liberación. No es la muerte quien posee el sentido de las cosas, sino la vida y la resurrección. Así la historia estará siempre abierta. Con razón nos decía el poeta y profeta Dom Pedro Casaldáliga: después de la síntesis final de la pascua de Cristo ya no podemos vivir tristes. Ahora la verdadera alternativa es: la vida o la resurrección.

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