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sábado, 4 de mayo de 2019

¿Perdido en el templo?




Lo que sigue de este vídeo, es material adicional que es tomado del libro "Otro Dios es posible", esto nos ayudara a seguir profundizando en la historia de Jesús....



La legendaria “vida oculta”

Como de la infancia de Jesús se sabe muy poco y de su primera juventud no se sabe nada, se han llamado “años de vida oculta” a esa etapa de su vida, dando a entender que estaba preparándose, entrenándose, para la gran misión que tendría después. 
El tono de “misterio” para caracterizar lo que tuvo que ser una vida cotidiana absolutamente normal y rural, sin nada maravilloso ni especial, ha dado pie a especulaciones novelescas. En el año 1976 apareció el libro “Jesús vivió y murió en Cachemira”, que se presentaba con visos de historicidad y que fue traducido enseguida a varios idiomas europeos. En él, su autor, Andreas Faber-Kaiser, sostiene, como dato “histórico”, que Jesús no murió en la cruz y que, curado de sus heridas, huyó con su madre María nada menos que hasta Cachemira, al norte de la India. Eligió ese lugar tan alejado de su patria porque allí habría pasado antes sus años de juventud, su “vida oculta”. En Cachemira habría muerto a edad avanzada.
 La fabulación sobre la vida oculta de Jesús, y también sobre los años conocidos de su vida, llegan al clímax en “Caballo de Troya”, saga de nueve libros del español Juan José Benítez, relatos de pura ficción que son tomados como historia por lectores incautos. 


La mayoría de edad 

En tiempos de Jesús, a partir de los trece años, los niños varones debían empezar a cumplir con la obligación de peregrinar a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Pero era costumbre de los israelitas del interior llevarlos desde los doce años para que se habituaran al cumplimiento del precepto que les iba a obligar desde el año siguiente. La participación en las fiestas de Pascua con todo el pueblo era una forma de consagrar la mayoría de edad del muchacho. A partir de entonces, comenzaba realmente a ser un israelita, pues se entendía que israelita era sinónimo de “el que va a Jerusalén”. El 


Templo de Jerusalén 

Cuando Jesús fue a Jerusalén por primera vez aún se estaba terminando de reconstruir el Templo, obra comenzada por el rey Herodes el Grande unos veinte años antes. En la construcción se emplearon materiales preciosos: mármoles amarillos, negros y blancos, piedras talladas artísticamente por grandes escultores, maderas de cedro traídas desde el Líbano para hacer laboriosos artesonados, metales preciosos: oro, plata y bronce.
 Por cualquier parte que uno entrara al Templo atravesaba portones recubiertos de oro y plata. En los atrios o patios que rodeaban el edificio había grandes candelabros de oro. La mayor suntuosidad estaba en el santuario, parte central del Templo. La fachada era de mármol blanco y estaba recubierta de placas de oro del grosor de una moneda de un denario. Un joven campesino quedaría deslumbrado y confundido ante tantas riquezas y tantos lujos imposibles de imaginar en su aldea. 


Una personalidad esquizofrénica 

La teología tradicional presenta a Jesús como una persona con una naturaleza divina y una naturaleza humana. Estas dos naturalezas habrían habilitado a Jesús para poseer una doble conciencia: como dios lo sabía todo, incluso sabía desde niño qué iba a sucederle a lo largo de su vida con todos sus detalles; y como hombre, le correspondía, como a todo ser humano, ir descubriendo y conociendo esta misión poco a poco. 
La propuesta dogmática es un hombre con dos conciencias, una omnisciente y otra limitada. O un dios disfrazado de hombre. O un hombre que oculta en su interior a un dios. De aceptar estas ideas, enraizadas en la filosofía aristotélica y convertidas en dogma hace siglos, la personalidad de Jesús sería la de un esquizofrénico o la de un bipolar candidato a psicópata. 


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